Bajando desde el Teide en coche, por una de las carreteras del sur, sentí la primera contracción, fuerte y dolorosa como nunca antes había sentido dolor. Apenas aceleraste pedí yo que te detuvieras. Rompí aguas inmediatamente y allí mismo en el arcén y de rodillas, supe que iba a venir al mundo mi bebé. Mientras tratabas de hallar la manera de ayudarme sin perder los pocos nervios que aún contenías me percaté de un gran pino canario, justo delante de mí. Allí estaba, robusto y sólido, seguro de su posición y me pareció que era allí hacia donde debía dirigirme. Conseguí llegar casi a gatas, aunque tú te negaras fuertemente. Recordé cada instrucción, de esas que siempre escuchas en las pelis americanas y te las transmití una a una, cada vez que ahogaba un grito de dolor. -Hola hermano árbol- dije. Y reuní la fuerza suficiente para colocarme en cuclillas. -Aquí nacerá mi bebé, con Gaia como testigo, sobre la pinocha limpia y en los brazos del hombre al que amo - (contracción, otro alarido de dolor...) Y apareciste con dos trozos de cuerda, dos traperas y un abrigo. Te envié a por el cuchillo canario, ese que tanto querías y que yo te regalé. - El cordón, ¿recuerdas?, habrá que cortarlo con algo (otro alarido, ya viene...) - Miré el tronco del robusto pino y lo abracé fuertemente. Esperaba una señal, un apoyo, sentir que estaba en comunión con lo que me rodeaba, que fluía la energía y que todo estaría bien. (¡¡EMPUJA!!) Bajé la mirada y comprobé que allí, en cuclillas o de rodillas estaría bien si me ayudabas, y así fue... los dos hicimos el mayor esfuerzo. Tú te esforzabas en hacerlo perfecto sin desfallecer de nervios, yo me esforzaba en lo único que mi naturaleza pedía en ese momento y entre gritos y empujones, nervios y lágrimas, aflojé la presión del tronco, bajé la vista y allí estaba. Una roca peculiar con la forma apropiada para sujetar con fuerza y realizar el milagro que toda mujer anhela.
Coloqué bien mis manos, cambié la postura y me sujeté fuertemente a la piedra, y allí estabas tú, mirando desesperado sin poder hacer llamadas, sin poder pedir socorro, luchando los dos por dar vida (¡¡¡ÚLTIMO EMPUJÓN, ÚLTIMO ESFUERZO!!!). Y al realizar el último esfuerzo para alumbrar a mi niña, pude eliminar de mis ojos las gotas de sudor y lágrimas que me empañaban la vista. Solté mis manos de la piedra y me giré con dificultad hasta sentarme apoyando cansadamente mi espalda contra ella. Con el pino a mis espaldas, sopló una brisa muy suave y cálida que meció cada una de las ramas, dándole música al momento más importante de mi vida. Te miré aún estando agotada y con muchas ganas de sólo dormir, y allí estabas tú, limpiando suavemente su carita, mirando con dulzura a la más bella y fuerte, envuelta en un suave abrigo que probablemente habrías usado ese mismo día. Y ya no apreciaba miedo en tus ojos.
Me miraste como sólo se mira a tu enamorada tras darle el primer beso y me la ofreciste. La tomé en mis brazos y rápidamente trataste de limpiar el suelo donde yo me apoyaba. Entonces, allí los dos, a solas y ya tranquilos, escuchamos alto y claro... -Gara-.Y tras esto una racha repentina me refrescó la cara y me removió el pelo. Gara sería su nombre. Gara como el roquedal, como las piedras más resistentes, porque así había sido incluso antes de haber visto la luz. Dura como una roca, resistente y fuerte, soportando los baches del embarazo, superando dificultades sin tener apenas formados sus pequeños órganos internos, luchando por vivir sin saber qué era la vida. - Gara se llamará, gracias hermano árbol - y acerqué a la niña hermosa a mi pecho, para darle más calor y protegerla con mi propia vida. Te levantaste y llamaste por teléfono en un momento en que conseguiste un poco de cobertura. Y al cabo de media hora, no llegó una ambulancia, tal y como esperábamos. Quien vino allí fue tu hermana. acudiendo en nuestra ayuda, a la búsqueda de Gara. Y al verla supe que este bebé le correspondía por derecho. La miré tiernamente y luego a tí. Tú supiste en seguida qué debías hacer. La tomaste en tus brazos y la entregaste a tu hermana, que la envolvió en una manta y nos tranquilizó diciendo que pronto vendría una ambulancia. Yo la miré y pensé - Es la madre más hermosa... -. Entre cabezadas de sueño reflexioné sobre porqué al observar a tu hermana venía a mi cabeza sin cesar la idea de que el bebé debía haber sido niño en manos de tu hermana. Y, sin embargo, allí estaba Gara, la niña Gara. - Es fuerte, y será siempre así, pues así lo han querido los dioses - dije. Y me abrigaste un poco más con las mantas y telas que habías conseguido de tu hermana. Te sentaste a mi lado y me abrazaste, me sentí segura y protegida, lo que me ayudó a no luchar contra un profundo sueño... (Duerme y descansa)
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