La primera vez, porque dijiste que un día para celebrar que estamos enamorados era innecesario. Y, aunque te entendí, quise recordarte que siendo cualquier día bueno para amarte, ese en concreto no iba a ser peor.
Quise recordarte que se puede ser romántico sin ser del montón, que se puede hacer un homenaje al afecto sin pagar por ello.
Y quise recordártelo porque has olvidado cuán bonito es. Aunque sólo consiguiera presionarte.
La siguiente, porque deseé, por fin, recorrer contigo un sendero hermoso lleno de especial significado para mí, y de nuevo, la rudeza de tu forma de ser me arañó por dentro. No supe decírtelo, esperé que lo vieras. No fue buena idea.
La siguiente, porque quise estar a la altura y olvidé cuál es mi verdadero tamaño. Poniéndome cerca en tu senda, sólo pude hacerte tropezar. No fue mi intención porque te quiero.
La que más próxima nos queda, fue porque ya estaba yo dolida de antes y tu estrés no es buena forma de apaciguarme.
Estas semanas, el fuego no ha muerto con fuego, y de mis ojos al final... sólo agua.
En el fondo del teatro, tantas y tantas caras que se mofan y se alegran de la pena que nos pesa sobre los pies, lo que nos obliga a ir despacio o buscar una nueva ruta menos tortuosa y menos deseable.
Por último, necesitaremos muletas en forma de abrazos, porque yo me he convertido en menos de dos semanas, en un bastón quebradizo y me pesa también el alma.
Para llegar a lo más alto veo que voy necesitando alas, y hasta ahora sólo tengo plumón, aún apenas se hacerme el nido y me miras ansioso desde lo alto... qué bonito es verte volar. Qué horroroso no hacerlo a tu lado. Qué duro vivir sabiéndolo.
Quizá si me concentro... mañana sea un día hermoso.
Quizá estés más alegre.
Quizá me ames muy fuerte.
Quizá pueda ayudarte.
Quizá yo sea más.
Quizá necesitemos menos.
Quizá cerrando muy fuerte los ojos y tapándome los oídos... despierte.
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