lunes, 9 de marzo de 2020

Va por nosotras

Ayer 8 de marzo, día de la mujer, leí una imagen en Facebook que me invitaba a contar alguna experiencia en la que me hubiese sentido acosada o violentada por el sexo opuesto. Nunca cuento ninguna. Normalmente comento algo como "¡son demasiadas, no sabría por donde empezar!", y sigo mi camino. Hoy he decidido empezar a contar desde el principio, de verdad.

A los 6 años en el colegio era popular levantar la falda a las niñas en el patio y tocarles el culo (ya oigo las voces: ¡cosas de niños mujer!), me arrinconaban contra la pared porque si daba un paso se abalanzaban tras de mí para palmearme y levantar mi falda. Y allí pasaba mis descansos de 30 minutos, llorando con la espalda firme contra la pared y la cara tapada mientras cinco, seis y a veces más niños me tiraban del pelo (siempre lo llevo largo), me tiraban de los brazos, de la rebeca o de lo que pudieran para alejarme del muro y seguir con su gracia. Nunca me ayudó nadie y yo dejé de querer llevar falda, de querer jugar con niños, de querer correr libremente. Un día mi madre me encontró muy triste y le conté qué sucedía. Me sugirió: "si es necesario, defiéndete con lo que sea. Quítate un zapato y dales con él", y eso hice. Fui el hazmereír del patio una semana pero los mantuve distraídos un tiempo. 

A los 8 años dejé de jugar en la acera de casa, contínuamente clientes del bar de al lado se acercaban a mi y me ofrecían drogas a cambio de un beso "soy amigo de tu padre, ¿no sabes quien soy?", dejé de salir tanto a la calle...

Entre los 8 y los 11 salimos de parranda en familia varias veces y muchas de ellas los primos y primas nos alejamos para jugar la distancia equivalente a cruzar una calle. Soy incapaz de enumerar la cantidad de veces que adultos borrachos y drogados se acercaron a nuestro grupo de niños y niñas para coquetear y pedirnos amablemente que nos alejáramos con ellos hasta el coche (por suerte teníamos supervisión y se marchaban antes de la catástrofe). 

En ese período, a mis 9, mi hermano (12 años) no quería seguir llendo a clases de órgano. Íbamos juntos y él se marchaba antes de que yo entrara. Así que entraba sola a dar clase con una eminencia de la música con tantos años encima que le temblaba la mano al encenderse un puro y anotar, sobre la partitura, la versión facilitada de alguna canción para mí. Como mi hermano ya no estaba, toda su atención era para mí. Así fue como descubrí que había desarrollado el pecho. Cada semana me sometía a incómodos roces y caricias con el argumento "no pasa nada, es natural, estás creciendo" (sonreía amablemente tras soltar el humo con cada palabra y tomaba el puro con su mano izquierda mientras me sujetaba con la derecha)... esta es la única y verdadera razón por la que dejé de tocar el órgano. Nunca quise ir más, dejé atrás todo, incluso mis diplomas acreditativos. Pero el asco y la impotencia se quedaron conmigo. Nunca dije nada, era un hombre respetado. 

A los 12 años ya tenía más pecho que mis amigas, me encantaba jugar con los chicos, peleaba, corría, reía, nos perseguíamos, era feliz, era la mejor época. Vestía polos de color blanco o camisetas y siempre chándal. En primavera, con el calor, los chicos empezaron a jugar con globos de agua. Todos querían lanzármelos a mí.  Suponía que era por simplemente ser una chica en un mundo de amigos asalvajados con ganas de fastidiar. Pero no. El juego consistía en verme las tetas. Y así fue como conseguí mi primer sujetador de adulta y renuncié a las camisetas de color blanco. 
Como ya era más difícil que aquellos chicos pudieran satisfacer su curiosidad adolescente con globos y agua decidieron actuar. Y un dia cualquiera en la plaza de mi barrio, cuatro de ellos cayeron sobre mí, me inmovilizaron y me levantaron la camiseta, me manosearon dos mientras los otros me sostenían manos y piernas. Alguna señora se asomó a una ventana y les increpó. Así que aflojaron sus fuerzas. En aquél entonces mi padre me había enseñado algo de judo en el suelo y yo solía llevar una cadena larga ajustada a mis llaves para no perderlas. Como pude hice un giro de cadera, lancé una patada a la primera cabeza que encontré, seguí pateando desde el suelo y me soltaron (la señora seguía gritando desde la ventana). Corrí tras dos con la cadena en la mano y les golpeé la espalda, el resto desapareció. Así desapareció mi inocencia, mi infancia, mi confianza en los chicos y mis ganas de jugar con ellos. 

12 años. Tuve mi primer novio. Y como no sabía nada de sexo pero había oído que era indispensable protegerse, cometí el error de preguntar sobre ello (condones) al más golfo (bocazas y mentiroso también) que conocía. Aquél con fama de buitre, el que alardea de su amplia experiencia  con mujeres y no sabe ni meter el hilo en una aguja. Pronto corrió la voz y así fue como me convertí para ellos en una puta. 
Pasé algunos meses de soledad y aislamiento. Dejé de salir a la calle. Pensaba que no valía nada, que no podía controlar nada. En plena adolescencia sentía que la vida no tenía nada bueno que ofrecerme. Para animarme mi madre me impulsó a salir, a ponerme un vestido bonito ("ahora te quedará precioso porque tienes cuerpo de señorita") y unas sandalias. Estaba radiante. Mi padre trenzó mi pelo y ambos levantaron mi ánimo. Me sentía guapa. Salí un poco a desgana. No había nadie en la plaza, nadie en los lugares habituales. Decidí esperar un poco (por si mis amigas andaban haciendo las tareas o descansando la siesta) sentada tranquilamente en un banco donde el sol daba con fuerza. Me puse de espaldas porque el vestido tenía un escote trasero muy amplio y el sol calentaba mi espalda. Era de flores y de vuelo, en violeta y lila atado al cuello. Entonces lo sentí. Un dolor terrible se apoderó de mi espalda y de mi cabeza. Ante mi cayeron dos piedras grandes como dos naranjas. Cuando recuperé el aire, secando mis lágrimas miré a todos lados buscando al culpable. Alguien gritó: ¡Basta!. Y acto seguido risitas. Al verme llorar, de la zona alta de la plaza asomó una cabeza y dijo: "¡Ay Dios! No quería darte tan fuerte." Y a su lado se levantaron 6 personas más que se habían agazapado para evitar que yo les viera y que no podían parar de carcajear ante la escena (eran mis amigos de la infancia). Volví llorando a casa con sangre en la cabeza y una contusión en la espalda que duró mucho tiempo. Pero a mi autoestima le dolió más. Mientras me alejaba corriendo alguien gritó: ¡tira pa' tu casa niñata!, ¡puta!. (Más risas)...

Dejé de salir y como pasaba más tiempo en casa, empecé a engordar, (mis pechos también siguieron creciendo) conocí la bulimia. Me centré en estudiar. Hubo un cambio de colegio y novio nuevo. A los 13 nació mi hermana dándome una razón para vivir, sonreír y salir. A mi novio nuevo le encantaba controlar qué hacía y con quién iba porque: "dice mi padre que sales mucho con tus amigos a pasear a tu hermana y que eres algo sueltilla". (Que ¿porqué no lo mandé al carajo?) Me daba miedo.
Mi nuevo novio era capaz de golpear sin sentir dolor en los nudillos, era nervioso y se enfadaba por casi cualquier cosa, golpeaba la pared y lo que fuera cada vez que se enfadaba. Discutíamos cada día. Él siempre ganaba. Pero si no ganaba, se disculpaba y me convencía de que iba a cambiar.

Había hecho nuevos amigos de los que me alejé gradualmente para estar con él. Los insultos de él hacia mí fueron aumentando de tono hasta ya no distinguir cuán graves eran al oírlo gritarme. Y cuando gritaba me sostenía por los hombros y la barbilla. Daba miedo. Mucho miedo. Pero empecé a acostumbrarme. Aún hoy le temo. Pasó el tiempo y le introduje en mi familia. Era, con todos ellos, infinitamente educado. Le apreciaban mucho. Sin querer, conocí en primera persona a un maltratador. Pero yo aún no sabía tantísimo sobre eso. 

Hubo altibajos en la relación, conseguí salir de ella un tiempo y por el camino, hice mi vida. El día que le dejé mi padre dejó de hablarme una semana ("ese era buen chico" dijo. Mi padre, simplemente, no sabía). 

Conocí otros chicos...
Algunos muy dulces pero incompatibles, otros que no me llenaban. Aparqué el tema y volví a centrarme en mí. 

16 años. En el colegio se preparaba el viaje de fin de curso. Había un chico muy popular que gustaba a todas. A mí no tanto. Pero él siempre desplegaba su arsenal de frases y técnicas cautivadoras para aumentar su club de fans particular. Era futbolista. Así que se cambiaba de uniforme entre clase y clase de lenguaje a gimnasia. Yo era más lenta y solía retrasarme en salir de clase. Así que, normalmente, terminaba de recoger cuando él ya empezaba a cambiarse el pantalón. 4 de sus compañeros le cubrían siempre. 
A mi no me molestaba si asomaba parte de su calzoncillo, me sentía lo suficientemente madura como para ignorar tal chorrada. Así que si me retrasaba, simplemente recogía mis cosas con la cabeza baja, y de espaldas a él para darle privacidad.
Un mal día se fijó en mí. Y (¡Oh!, ¡tonta de mí!) me sentí especial. Porque en plena pubertad, el chico más popular, se preguntaba porqué una chica tan bonita como yo siempre se quedaba a esperar que él se cambiara (Juro por mi hermana que esa no era la razón) 
- ¿no te importa verme en gayumbos?.
- no te miraba, solo estoy recogiendo. Pero son sólo unos calzoncillos. Tampoco es gran cosa... - Pues si a tí no te importa a mi tampoco.
Se bajó los pantalones manteniendo en mí su mirada y ese día aprendí cómo es la mirada de un depredador cuando se regocija ante una presa. Él estaba plenamente convencido de que me estaba encantando lo que yo tenía delante. Y esa mirada... 
Terminé de recoger, dije tan sólo "pfff", me encogí de hombros y me fui.
Desde entonces, me atendía especialmente cada día. Usaba todas sus armas para halagarme y yo pensaba que se reía de mí, así que lo ignoraba. Para las demás yo estaba loca, por pasar de alguien tan jodidamente guapo (y egocéntrico, narcicista, consentido, arrogante...). 
Una persona de confianza y de su confianza, me sentó un mal día y me comentó que el muchacho estaba interesado en serio.
 Y yo, en plena pubertad, de repente, bajé la guardia y pensé... ¿será verdad? Y, ¿por qué yo?... me sentí estúpidamente afortunada. Así que un día le seguí el coqueteo y quise oír qué tenía que decir.... nada nuevo, ahora lo se.
 Pero en aquél entonces sonaba fantástico. Promesas de un idilio maravilloso y romántico que tendría lugar en cuanto todos se marcharan de viaje (por esa razón, yo decidí no ir. MALÍSIMA DECISIÓN).
Todos se marcharon al fin y las clases continuaron para quienes nos quedamos allí. Un mal día, durante la clase de música, el chaval en cuestión irrumpió en la clase y anunció: -"¿Puede salir María José un segundo? La manda llamar el jefe de estudios". Y me dieron permiso.
Tan sólo al cruzar el umbral de la puerta bastante confundida y acojonada pensando de qué podría tratarse, este muchacho me tomó del brazo, me empujó dentro del baño de hombres e intentó con toda su alma forzarme allí mismo. Me negué con todas mis fuerzas aunque del miedo y la vergüenza flaqueaban, así que casi me meo encima. Pero no grité. Y no lo hice porque sabía, al igual que él, que nadie me iba a creer. Todo el colegio había presenciado nuestro coqueteo y todos estaban muy conscientes de las intenciones de él.  Nadie me iba a creer. 
Sonó el timbre, salí corriendo del baño. Con la cabeza bien baja entré a la clase, recogí mis cosas y comencé a bajar las escaleras hacia mi siguiente aula.
Una compañera pasó a mi lado y me dijo -¿Es que no sabes mantenerte puestas las bragas?. Me petrifiqué. Me llené de ira. Fui tras ella hasta clase y lancé todo sobre su mesa, agarré la mesa y la lancé a un lado, la tomé por los brazos y le espeté: -¡¡TÚ NO SABES NADA, NO SABES QUÉ PASA!!. Y tan sólo me fui. Nunca había faltado a una clase. Pero ese dia, sin más, me fui. Sólo se lo dije a una persona. Sólo una. Hasta hace poco... 

Me sentí bien sola y desamparada mucho tiempo. Él empezó a fingir que se había acostado con la "gorda asquerosa esa pero fue un asco"... todo en el colegio se extiende rápido. Todos le creyeron.

Iba al cine con algunas amigas para entretenerme, paseaba por la ciudad y siempre volvía habiendo tenido que soportar grupos de hombres que nos seguían calles y calles, además de aguantar que varios coches pararan a preguntarnos precio por polvo mientras esperábamos la guagua. 

Al cabo de un tiempo pensé... "quizá es que yo elijo mal" y recordé que a mis padres les encantaba un amigo mio de vida sencilla y costumbres del campo. Quizá fuera él... así que un día me sentí con ganas y le di al chico (que estaba interesado) una oportunidad. Así fue como obtuve mi primera lesión de muñeca y de hombro, perdí al resto de mis amistades, incluyendo las nuevas, me alejé de la familia y me vi obligada a vestir decorosamente fuera donde fuera. Porque tenía coche y me seguía para comprobar si llevaba la ropa adecuada. Era capaz de recojerme en mi casa para ir a la suya viviendo ambos en la misma calle. Decía: nadie tiene porqué verte en la calle.
¿Cómo salí de esa relación?... mintiendo. "Estoy con otra persona" dije. Cerré los ojos me tapé la cabeza y esperé el golpe... Pero no lo hubo. Pateó una lavadora hasta reventarla y yo di gracias de no ser la lavadora. Me dejó allí, en mitad del descampado. Sola y sin dinero (no tenía móvil) volví caminando a casa. Era de noche.

El resto de sus días hasta hoy, los dedica a observar todo lo que hago desde una distancia prudencial. (¿que si no temo por mi vida?, claro pero el miedo no te deja caminar
 Y yo quiero caminar.)

¿Recuerdan al de los nudillos? Pues volvió a mi vida. Le eché absurdamente de menos una navidad y al parecer él también a mí. Así que comencé una "reválida" que poco duró. Entré en el instituto y por aquél entonces el trsto que me daba era peor. Ahora yo salía a bailar, y tenía más ganas de intentar disfrutar. Así que las restricciones y las peleas aumentaron. Los gritos volvieron y en plena crisis hice un amigo. Uno que me gustó mucho más de lo que yo esperaba. Me senté y me sinceré (no le fui infiel, solo le expliqué que me gustaba otra persona). El enfado fue mayúsculo y cada dia de ese año en el instituto fue una cruz. Me tacharon de muchas cosas y mucha gente que le conocía me dio la espalda. 

Un día apareció en mi casa borracho y claramente drogado cuando yo estaba sola. Como venía a entregarme supuestamente mis cosas, bajé a abrirle. Entró de golpe y me amenazó con el puño. Iba de un lado hacia otro y rebufaba hablando para sí mismo. No paraba de morderse el puño y me decía... "no puedo, no puedo. Es que te miro y así no puedo". 
Al parecer, alguien le hizo creer que yo difundí una información muy fea sobre su familia y venía a darme una buena paliza, pero no pudo. Esa vez también escapé. Le calmé, le juré que no era verdad y se marchó. Toda su familia y amigos me odia profundamente hasta el día de hoy.  

Todo esto me unió mucho a mi único apoyo en este momento, el nuevo. Que me hizo vivir los primeros 3 años de relación mas increíbles de mi vida. Pero todas las relaciones tienen baches y yo pasé un socabón. Un día discutíamos y yo decidí dejar de responder a sus gritos, porque dos no discuten si uno no quiere.
Tras muchos intentos fallidos por su parte de hacerme hablar, me tomó por la garganta, me empotró recién salida de la ducha contra la pared del baño, me elevó del suelo y me dió una bofetada (por no hablarle...). Acto seguido me soltó y satisfecho volvió a sentarse frente al ordenador. A seguir con su juego. 

No me siento orgullosa de lo que hice después pero tampoco me arrepiento de nada. Créanme que me vengué. Me vengué con las ganas del primer abuso, del segundo, del tercero, del cuarto, de los insultos,  de las mofas, los gritos, todo. Dejé todo allí en ese instante. Y salí a la calle a llorar. No dije nada  a nadie. Pero vivíamos juntos y con sus padres así que un día todo se supo (pasado un mes). Y su madre me volvió a vengar. Voy a obviar la ingente cantidad de veces que hubo vejaciones, humillaciones, insultos, gritos, peleas, etc, en esta y las demás relaciones porque sobra detallar aún más. Pero existieron, fueron el proceso previo y luego el aderezo diario. Claramente esto no acabó bien... 

Y entre pitos y flautas tuve suerte y conocí más adelante (20 años), y ya fuera de esa casa, al único "ser de luz" del sexo opuesto que se ha cruzado en mi vida a parte de mi padre. Pero no fuimos compatibles así que a día de hoy sólo somos buenos y grandes amigos. 

Pasó el tiempo y pensaba que el amor (por llamarlo de alguna manera) ya no me inquietaría más... pobre ilusa... justo en ese momento apareció ÉL. No fue premeditado tan sólo me enamoré. Y el amor es ciego. Yo creía que el viento me susurraba que todo iría bien. Dediqué a mi vida con él cada entrada en este espacio desde 2010 salvo una. Son el triste recorrido de una ilusa que cae y se levanta para recibir un golpe tras otro sin  dejar de levantarse. 

En él me dejé la poca ilusión que me quedaba, las ganas que almacenaba, la energía del motor de emergencia, los sueños al sumidero... 
Tuvimos una ardua relación de 9 años hasta que tal día como el 8 de marzo de hace dos años, un vecino anónimo de mi ciudad llamó a la policía en pleno carnaval para denunciarle por maltratarme en mi coche y en plena calle. A día de hoy todos saben sólo la parte en que me fue infiel repetidas veces y fuimos tóxicos. Nunca dije nada, nadie supo nada, no quiero hablarlo. Siento vergüenza. Y me siento culpable por haber permitido todo hasta ese punto. Por saber hacia dónde iba todo, por ver las señales claras y permitirlo. Por perdonarle todo una y otra vez por sentirme enamorada, por darle poca importancia a las señales claras que me mandaba, por defraudar a mi familia, y a la suya, por haberme equivocado otra vez, por haberme perdido el respeto a mi misma, porque no me reconozco, no soy quien veo en el espejo ni soy quien sé que puedo ser. Me siento decepcionada conmigo misma y sin fuerzas para creer en ese amor. Quizá exista. Pero a mi ya no me apetece conocerlo, no ese. 

El próximo día 20 cumpliré 36 años. En este blog hay constancia del terrible error final, pero nunca fui tan clara. Me he centrado sólo en las historias principales, me he saltado millones de detalles, he dejado a un lado el terreno laboral y las ocasiones puntuales donde fui acosada, perseguida, intimidada o violentada. 

En todo este torbellino de mi vida hay una constante que me da el soplo de energía que me falta cuando creo que estoy de nuevo en el fondo sin quererme levantar y esa es, sin duda alguna, mi familia. A la que no puedo querer más. Por ellos soy quien soy y se merecen que me apetezca volverme a levantar, volver a caminar, seguir hablando, escribiendo, cantando, sonriendo, luchando, hablando de sexo, coqueteando bromeando, creyendo, estudiando, leyendo, sintiéndome libre, mirando a la cara con orgullo, haciendo cosas cada día para recuperar la fé en mí misma y hacer brillar a la niña que ellos educaron con amor y todo el cariño, con la idea de que el amor sí existe y tiene mil formas. A veces se esconde en la comisura de los labios en la sonrisa de un bebé, a veces te recibe moviendo la cola, a veces sientes amor cuando te "comen una orejita", otras cuando un pollito "aletea contigo", cuando te ayudan a limpiar el coche, te regalan un dulce, te pagan un cortado, el amor está ahí. 

Y por encima de todo este lodo de mierda que encontré y veo a diario en mi vida, voy a cultivar champiñones. Porque rendirse no está hecho para mí. 


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Neko