martes, 26 de septiembre de 2023

Si pudiera salvarse algo...

Esta entrada va dedicada a tí "pollito postizo", porque creo en esa conexión energética que viaja de un cerebro a otro. Y últimamente no te vas de mi cabeza. Espero que sea porque me echas de menos tanto como yo a tí. Espero que estés bien. 

Quiero decirte desde las sombras de este blog, que si pudiera salvarse algo de lo que viví con él, eso sin duda sería nuestra bonita relación pollito - madrastra buena. Aunque odies esa palabra, a mi me llenaba de orgullo y amor (aún me llena).  Así que no dejes que él te convenza de que es una palabra terrible, si entre nosotras sólo había mucho amor. Porque no es más que otra de sus formas de manipulación. Y tú eres pura y eres luz. 

Anoche enumeré en mi cabeza todo lo que echo de menos entre nosotras. ¿Podría verte de nuevo?. No puedo. Ojalá algún día lo entiendas. Aún eres demasiado pequeña para poderte ver, y se que alguna vez comprenderás que lo más doloroso para mí en mi ruptura con él fue dejarte atrás a tí y al resto de los pequeñitos. Ojalá no tengas que comprenderlo desde tu propia experiencia, pero confío en tu madurez y en el corazón de tu madre para hacerte entender. Pues fue ella quien me dijo que corriera y no mirara atrás. Se que algún día sabrás todo, y espero que lo entiendas. 

Echo de menos tumbarme en el sillón contigo en mi regazo, viendo películas de domingo, comiendo cotufas y las caricias que me hacías en el brazo cuando el sueño te alcanzaba. Echo de menos el olor de tu pelo recién bañado y la suavidad de tu frente cuando te daba miles de besitos y te soplaba para hacerte cosquillas y oírte reir. Adoro tu risa. Ojalá siempre te hagan reír. 

Echo de menos nuestras charlas cuando nos quedábamos a solas, que me hables de tí y de tu día a día fuera de casa, que me cuentes todo lo que sea que te pasa, escuchar tu voz, oir cómo ibas madurando. Echo de menos hacerte bromas y ver que eras suficientemente inteligente para entenderlas y reírte conmigo, poniendo ambas ojos en blanco cuando él no las entendía, echo de menos esa complicidad...

Echo de menos ver cómo todos los pijamas te iban quedando pequeños, verte crecer era genial. Echo de menos tus abrazos, contarte cuentos para dormir, arroparte en la cama como si fueras un burrito, besarte los párpados para regalarte un sueño tranquilo aunque él no estuviera aún. Charlar bajito en la cama como si ambas hubiéramos armado una fiesta de pijamas secreta, donde sólo cabíamos dos. 

Echo de menos verte en la cocina con él, yo sabía que estabas disfrutando y por eso no cocinaba los findes que tú venías. Ese era tu momento de orgullo como hija y disfruté respetándolo y observándolo. Echo de menos hacer contigo magdalenas, bizcochones y todo tipo de dulces, echo de menos tus delantales miniatura y limpiarte las manchas de harina de la nariz. TU ADORABLE NARIZ. 

Echo de menos bailar cepillándonos los dientes, hacer juntas la maleta para la playa, bucear como delfines, girar dentro del agua, nuestras rutas por la piscina como si fuéramos un barco de turistas, hacer juntas "la fuente" y "la lavadora". Echo de menos verte nadar como sirenita y prepararte la comida para ese día. Echo de menos verte tomar batidos de chocolate sentada en la orilla de la playa o la piscina con la inocencia que te merecías. 

Echo de menos que me trences el pelo y me peines, que me acaricies la espalda cuando fregaba la loza mientras me contabas mil historias o repasabas una lección de lengua o inglés. Echo de menos ayudarte con las tareas y prepararte la merienda. 

Echo de menos verte montar en bici conmigo, consolarte si tenías pesadillas, sentarte en mi regazo dentro del coche o en cualquier restaurante como si fueras más pequeña de lo que eras. Adoro esos momentos. Gracias por dejarme ser en todas partes tu lugar seguro.  

Echo de menos mirarte dormir sobre mí y verte las pecas de las mejillas, son hermosas, no te las tapes nunca, igual que tus rizos, cuídalos mucho, cuídate mucho. Ámate, porque eres preciosa. QUE NADIE TE CONVENZA DE LO CONTRARIO. 

Echo de menos hacer manualidades contigo, verte colorear, jugar como si ambas fuéramos niñas. Echo de menos pasear por los mercados en navidad con diademas de renos y gorros de Papá Noel. Echo de menos columpiarme contigo en la azotea, bañarnos con la manguera, y oirte reir a carcajada limpia. 

Echo de menos ver cómo crecieron tus manos desde tus cinco a tus quince años. Echo de menos guardar tu ropa en la gaveta viendo cómo tú te habías esforzado en doblarla. Echo de menos organizar los juguetes de tu cuarto y adivinar a qué estuviste jugando. 

Echo de menos que verme te hiciera feliz y el brillo de tus ojos inocentes. Echo de menos tu olor a niña, verte bailar delante del espejo del pasillo, escucharte cantar y que siempre estés haciendo piruetas y dando saltos. Echo de menos verte sentada en el sillón de cualquier forma disparatada, ver la forma de tus pies de niña. Echo de menos prestarte mis pantuflas de muñecos y verte caminar con ellas presumiendo porque ya te quedaban pequeñas. 

Echo de menos las huellas de tus manos en el espejo. Echo de menos tus ataques de risa al verme subirme a las cosas cuando no llegaba y que te midieras conmigo para demostarme que ya eras más alta. Echo de menos verte crecer y ponerte guapa, pintarte las uñas, ponerte brillo de labios y rimel, convertirte en mujercita. 

Echo de menos abrazarte fuerte, largo y tendido, verte aparecer con él en mi coche. Merecía la pena prestárselo los findes si era para verte a tí y descubrir tus juguetes olvidados en el coche, cuando regresabas con tu madre. 

Echo de menos llevarte de senderos, salir contigo, darte la mano al cruzar la calle o agarrarme a tu brazo cuando ya eras más grande. Echo de menos verte jugar con tu hermana y tus primos. Echo de menos todo de tí. 

Eres lo más duro que tuve que dejar atrás. Y ojalá algún día lo entiendas y vuelvas a mí sin tenerlo que pedir. Porque siempre estará abierta esa puerta, pase lo que pase. Te lo dije una vez y lo mantengo, yo te voy a querer siempre, pase lo que pase. Yo te voy a apoyar siempre, aunque tenga que mantenerme necesariamente lejos. 

Envidio no poderte ver crecer, ir a la universidad o hacer lo que sea que quieras hacer. No poderte aconsejar, verte enamorarte por primera vez, verte llorar por amor por primera vez y consolarte. Envidio, pero se que tienes una gran madre, con gran corazón que te sabrá ayudar, te va a guiar y te hará feliz. Eres lo único que echo de menos. 

Nunca te voy a olvidar, porque para mí fuiste lo único que se pudo salvar. 

lunes, 9 de marzo de 2020

Va por nosotras

Ayer 8 de marzo, día de la mujer, leí una imagen en Facebook que me invitaba a contar alguna experiencia en la que me hubiese sentido acosada o violentada por el sexo opuesto. Nunca cuento ninguna. Normalmente comento algo como "¡son demasiadas, no sabría por donde empezar!", y sigo mi camino. Hoy he decidido empezar a contar desde el principio, de verdad.

A los 6 años en el colegio era popular levantar la falda a las niñas en el patio y tocarles el culo (ya oigo las voces: ¡cosas de niños mujer!), me arrinconaban contra la pared porque si daba un paso se abalanzaban tras de mí para palmearme y levantar mi falda. Y allí pasaba mis descansos de 30 minutos, llorando con la espalda firme contra la pared y la cara tapada mientras cinco, seis y a veces más niños me tiraban del pelo (siempre lo llevo largo), me tiraban de los brazos, de la rebeca o de lo que pudieran para alejarme del muro y seguir con su gracia. Nunca me ayudó nadie y yo dejé de querer llevar falda, de querer jugar con niños, de querer correr libremente. Un día mi madre me encontró muy triste y le conté qué sucedía. Me sugirió: "si es necesario, defiéndete con lo que sea. Quítate un zapato y dales con él", y eso hice. Fui el hazmereír del patio una semana pero los mantuve distraídos un tiempo. 

A los 8 años dejé de jugar en la acera de casa, contínuamente clientes del bar de al lado se acercaban a mi y me ofrecían drogas a cambio de un beso "soy amigo de tu padre, ¿no sabes quien soy?", dejé de salir tanto a la calle...

Entre los 8 y los 11 salimos de parranda en familia varias veces y muchas de ellas los primos y primas nos alejamos para jugar la distancia equivalente a cruzar una calle. Soy incapaz de enumerar la cantidad de veces que adultos borrachos y drogados se acercaron a nuestro grupo de niños y niñas para coquetear y pedirnos amablemente que nos alejáramos con ellos hasta el coche (por suerte teníamos supervisión y se marchaban antes de la catástrofe). 

En ese período, a mis 9, mi hermano (12 años) no quería seguir llendo a clases de órgano. Íbamos juntos y él se marchaba antes de que yo entrara. Así que entraba sola a dar clase con una eminencia de la música con tantos años encima que le temblaba la mano al encenderse un puro y anotar, sobre la partitura, la versión facilitada de alguna canción para mí. Como mi hermano ya no estaba, toda su atención era para mí. Así fue como descubrí que había desarrollado el pecho. Cada semana me sometía a incómodos roces y caricias con el argumento "no pasa nada, es natural, estás creciendo" (sonreía amablemente tras soltar el humo con cada palabra y tomaba el puro con su mano izquierda mientras me sujetaba con la derecha)... esta es la única y verdadera razón por la que dejé de tocar el órgano. Nunca quise ir más, dejé atrás todo, incluso mis diplomas acreditativos. Pero el asco y la impotencia se quedaron conmigo. Nunca dije nada, era un hombre respetado. 

A los 12 años ya tenía más pecho que mis amigas, me encantaba jugar con los chicos, peleaba, corría, reía, nos perseguíamos, era feliz, era la mejor época. Vestía polos de color blanco o camisetas y siempre chándal. En primavera, con el calor, los chicos empezaron a jugar con globos de agua. Todos querían lanzármelos a mí.  Suponía que era por simplemente ser una chica en un mundo de amigos asalvajados con ganas de fastidiar. Pero no. El juego consistía en verme las tetas. Y así fue como conseguí mi primer sujetador de adulta y renuncié a las camisetas de color blanco. 
Como ya era más difícil que aquellos chicos pudieran satisfacer su curiosidad adolescente con globos y agua decidieron actuar. Y un dia cualquiera en la plaza de mi barrio, cuatro de ellos cayeron sobre mí, me inmovilizaron y me levantaron la camiseta, me manosearon dos mientras los otros me sostenían manos y piernas. Alguna señora se asomó a una ventana y les increpó. Así que aflojaron sus fuerzas. En aquél entonces mi padre me había enseñado algo de judo en el suelo y yo solía llevar una cadena larga ajustada a mis llaves para no perderlas. Como pude hice un giro de cadera, lancé una patada a la primera cabeza que encontré, seguí pateando desde el suelo y me soltaron (la señora seguía gritando desde la ventana). Corrí tras dos con la cadena en la mano y les golpeé la espalda, el resto desapareció. Así desapareció mi inocencia, mi infancia, mi confianza en los chicos y mis ganas de jugar con ellos. 

12 años. Tuve mi primer novio. Y como no sabía nada de sexo pero había oído que era indispensable protegerse, cometí el error de preguntar sobre ello (condones) al más golfo (bocazas y mentiroso también) que conocía. Aquél con fama de buitre, el que alardea de su amplia experiencia  con mujeres y no sabe ni meter el hilo en una aguja. Pronto corrió la voz y así fue como me convertí para ellos en una puta. 
Pasé algunos meses de soledad y aislamiento. Dejé de salir a la calle. Pensaba que no valía nada, que no podía controlar nada. En plena adolescencia sentía que la vida no tenía nada bueno que ofrecerme. Para animarme mi madre me impulsó a salir, a ponerme un vestido bonito ("ahora te quedará precioso porque tienes cuerpo de señorita") y unas sandalias. Estaba radiante. Mi padre trenzó mi pelo y ambos levantaron mi ánimo. Me sentía guapa. Salí un poco a desgana. No había nadie en la plaza, nadie en los lugares habituales. Decidí esperar un poco (por si mis amigas andaban haciendo las tareas o descansando la siesta) sentada tranquilamente en un banco donde el sol daba con fuerza. Me puse de espaldas porque el vestido tenía un escote trasero muy amplio y el sol calentaba mi espalda. Era de flores y de vuelo, en violeta y lila atado al cuello. Entonces lo sentí. Un dolor terrible se apoderó de mi espalda y de mi cabeza. Ante mi cayeron dos piedras grandes como dos naranjas. Cuando recuperé el aire, secando mis lágrimas miré a todos lados buscando al culpable. Alguien gritó: ¡Basta!. Y acto seguido risitas. Al verme llorar, de la zona alta de la plaza asomó una cabeza y dijo: "¡Ay Dios! No quería darte tan fuerte." Y a su lado se levantaron 6 personas más que se habían agazapado para evitar que yo les viera y que no podían parar de carcajear ante la escena (eran mis amigos de la infancia). Volví llorando a casa con sangre en la cabeza y una contusión en la espalda que duró mucho tiempo. Pero a mi autoestima le dolió más. Mientras me alejaba corriendo alguien gritó: ¡tira pa' tu casa niñata!, ¡puta!. (Más risas)...

Dejé de salir y como pasaba más tiempo en casa, empecé a engordar, (mis pechos también siguieron creciendo) conocí la bulimia. Me centré en estudiar. Hubo un cambio de colegio y novio nuevo. A los 13 nació mi hermana dándome una razón para vivir, sonreír y salir. A mi novio nuevo le encantaba controlar qué hacía y con quién iba porque: "dice mi padre que sales mucho con tus amigos a pasear a tu hermana y que eres algo sueltilla". (Que ¿porqué no lo mandé al carajo?) Me daba miedo.
Mi nuevo novio era capaz de golpear sin sentir dolor en los nudillos, era nervioso y se enfadaba por casi cualquier cosa, golpeaba la pared y lo que fuera cada vez que se enfadaba. Discutíamos cada día. Él siempre ganaba. Pero si no ganaba, se disculpaba y me convencía de que iba a cambiar.

Había hecho nuevos amigos de los que me alejé gradualmente para estar con él. Los insultos de él hacia mí fueron aumentando de tono hasta ya no distinguir cuán graves eran al oírlo gritarme. Y cuando gritaba me sostenía por los hombros y la barbilla. Daba miedo. Mucho miedo. Pero empecé a acostumbrarme. Aún hoy le temo. Pasó el tiempo y le introduje en mi familia. Era, con todos ellos, infinitamente educado. Le apreciaban mucho. Sin querer, conocí en primera persona a un maltratador. Pero yo aún no sabía tantísimo sobre eso. 

Hubo altibajos en la relación, conseguí salir de ella un tiempo y por el camino, hice mi vida. El día que le dejé mi padre dejó de hablarme una semana ("ese era buen chico" dijo. Mi padre, simplemente, no sabía). 

Conocí otros chicos...
Algunos muy dulces pero incompatibles, otros que no me llenaban. Aparqué el tema y volví a centrarme en mí. 

16 años. En el colegio se preparaba el viaje de fin de curso. Había un chico muy popular que gustaba a todas. A mí no tanto. Pero él siempre desplegaba su arsenal de frases y técnicas cautivadoras para aumentar su club de fans particular. Era futbolista. Así que se cambiaba de uniforme entre clase y clase de lenguaje a gimnasia. Yo era más lenta y solía retrasarme en salir de clase. Así que, normalmente, terminaba de recoger cuando él ya empezaba a cambiarse el pantalón. 4 de sus compañeros le cubrían siempre. 
A mi no me molestaba si asomaba parte de su calzoncillo, me sentía lo suficientemente madura como para ignorar tal chorrada. Así que si me retrasaba, simplemente recogía mis cosas con la cabeza baja, y de espaldas a él para darle privacidad.
Un mal día se fijó en mí. Y (¡Oh!, ¡tonta de mí!) me sentí especial. Porque en plena pubertad, el chico más popular, se preguntaba porqué una chica tan bonita como yo siempre se quedaba a esperar que él se cambiara (Juro por mi hermana que esa no era la razón) 
- ¿no te importa verme en gayumbos?.
- no te miraba, solo estoy recogiendo. Pero son sólo unos calzoncillos. Tampoco es gran cosa... - Pues si a tí no te importa a mi tampoco.
Se bajó los pantalones manteniendo en mí su mirada y ese día aprendí cómo es la mirada de un depredador cuando se regocija ante una presa. Él estaba plenamente convencido de que me estaba encantando lo que yo tenía delante. Y esa mirada... 
Terminé de recoger, dije tan sólo "pfff", me encogí de hombros y me fui.
Desde entonces, me atendía especialmente cada día. Usaba todas sus armas para halagarme y yo pensaba que se reía de mí, así que lo ignoraba. Para las demás yo estaba loca, por pasar de alguien tan jodidamente guapo (y egocéntrico, narcicista, consentido, arrogante...). 
Una persona de confianza y de su confianza, me sentó un mal día y me comentó que el muchacho estaba interesado en serio.
 Y yo, en plena pubertad, de repente, bajé la guardia y pensé... ¿será verdad? Y, ¿por qué yo?... me sentí estúpidamente afortunada. Así que un día le seguí el coqueteo y quise oír qué tenía que decir.... nada nuevo, ahora lo se.
 Pero en aquél entonces sonaba fantástico. Promesas de un idilio maravilloso y romántico que tendría lugar en cuanto todos se marcharan de viaje (por esa razón, yo decidí no ir. MALÍSIMA DECISIÓN).
Todos se marcharon al fin y las clases continuaron para quienes nos quedamos allí. Un mal día, durante la clase de música, el chaval en cuestión irrumpió en la clase y anunció: -"¿Puede salir María José un segundo? La manda llamar el jefe de estudios". Y me dieron permiso.
Tan sólo al cruzar el umbral de la puerta bastante confundida y acojonada pensando de qué podría tratarse, este muchacho me tomó del brazo, me empujó dentro del baño de hombres e intentó con toda su alma forzarme allí mismo. Me negué con todas mis fuerzas aunque del miedo y la vergüenza flaqueaban, así que casi me meo encima. Pero no grité. Y no lo hice porque sabía, al igual que él, que nadie me iba a creer. Todo el colegio había presenciado nuestro coqueteo y todos estaban muy conscientes de las intenciones de él.  Nadie me iba a creer. 
Sonó el timbre, salí corriendo del baño. Con la cabeza bien baja entré a la clase, recogí mis cosas y comencé a bajar las escaleras hacia mi siguiente aula.
Una compañera pasó a mi lado y me dijo -¿Es que no sabes mantenerte puestas las bragas?. Me petrifiqué. Me llené de ira. Fui tras ella hasta clase y lancé todo sobre su mesa, agarré la mesa y la lancé a un lado, la tomé por los brazos y le espeté: -¡¡TÚ NO SABES NADA, NO SABES QUÉ PASA!!. Y tan sólo me fui. Nunca había faltado a una clase. Pero ese dia, sin más, me fui. Sólo se lo dije a una persona. Sólo una. Hasta hace poco... 

Me sentí bien sola y desamparada mucho tiempo. Él empezó a fingir que se había acostado con la "gorda asquerosa esa pero fue un asco"... todo en el colegio se extiende rápido. Todos le creyeron.

Iba al cine con algunas amigas para entretenerme, paseaba por la ciudad y siempre volvía habiendo tenido que soportar grupos de hombres que nos seguían calles y calles, además de aguantar que varios coches pararan a preguntarnos precio por polvo mientras esperábamos la guagua. 

Al cabo de un tiempo pensé... "quizá es que yo elijo mal" y recordé que a mis padres les encantaba un amigo mio de vida sencilla y costumbres del campo. Quizá fuera él... así que un día me sentí con ganas y le di al chico (que estaba interesado) una oportunidad. Así fue como obtuve mi primera lesión de muñeca y de hombro, perdí al resto de mis amistades, incluyendo las nuevas, me alejé de la familia y me vi obligada a vestir decorosamente fuera donde fuera. Porque tenía coche y me seguía para comprobar si llevaba la ropa adecuada. Era capaz de recojerme en mi casa para ir a la suya viviendo ambos en la misma calle. Decía: nadie tiene porqué verte en la calle.
¿Cómo salí de esa relación?... mintiendo. "Estoy con otra persona" dije. Cerré los ojos me tapé la cabeza y esperé el golpe... Pero no lo hubo. Pateó una lavadora hasta reventarla y yo di gracias de no ser la lavadora. Me dejó allí, en mitad del descampado. Sola y sin dinero (no tenía móvil) volví caminando a casa. Era de noche.

El resto de sus días hasta hoy, los dedica a observar todo lo que hago desde una distancia prudencial. (¿que si no temo por mi vida?, claro pero el miedo no te deja caminar
 Y yo quiero caminar.)

¿Recuerdan al de los nudillos? Pues volvió a mi vida. Le eché absurdamente de menos una navidad y al parecer él también a mí. Así que comencé una "reválida" que poco duró. Entré en el instituto y por aquél entonces el trsto que me daba era peor. Ahora yo salía a bailar, y tenía más ganas de intentar disfrutar. Así que las restricciones y las peleas aumentaron. Los gritos volvieron y en plena crisis hice un amigo. Uno que me gustó mucho más de lo que yo esperaba. Me senté y me sinceré (no le fui infiel, solo le expliqué que me gustaba otra persona). El enfado fue mayúsculo y cada dia de ese año en el instituto fue una cruz. Me tacharon de muchas cosas y mucha gente que le conocía me dio la espalda. 

Un día apareció en mi casa borracho y claramente drogado cuando yo estaba sola. Como venía a entregarme supuestamente mis cosas, bajé a abrirle. Entró de golpe y me amenazó con el puño. Iba de un lado hacia otro y rebufaba hablando para sí mismo. No paraba de morderse el puño y me decía... "no puedo, no puedo. Es que te miro y así no puedo". 
Al parecer, alguien le hizo creer que yo difundí una información muy fea sobre su familia y venía a darme una buena paliza, pero no pudo. Esa vez también escapé. Le calmé, le juré que no era verdad y se marchó. Toda su familia y amigos me odia profundamente hasta el día de hoy.  

Todo esto me unió mucho a mi único apoyo en este momento, el nuevo. Que me hizo vivir los primeros 3 años de relación mas increíbles de mi vida. Pero todas las relaciones tienen baches y yo pasé un socabón. Un día discutíamos y yo decidí dejar de responder a sus gritos, porque dos no discuten si uno no quiere.
Tras muchos intentos fallidos por su parte de hacerme hablar, me tomó por la garganta, me empotró recién salida de la ducha contra la pared del baño, me elevó del suelo y me dió una bofetada (por no hablarle...). Acto seguido me soltó y satisfecho volvió a sentarse frente al ordenador. A seguir con su juego. 

No me siento orgullosa de lo que hice después pero tampoco me arrepiento de nada. Créanme que me vengué. Me vengué con las ganas del primer abuso, del segundo, del tercero, del cuarto, de los insultos,  de las mofas, los gritos, todo. Dejé todo allí en ese instante. Y salí a la calle a llorar. No dije nada  a nadie. Pero vivíamos juntos y con sus padres así que un día todo se supo (pasado un mes). Y su madre me volvió a vengar. Voy a obviar la ingente cantidad de veces que hubo vejaciones, humillaciones, insultos, gritos, peleas, etc, en esta y las demás relaciones porque sobra detallar aún más. Pero existieron, fueron el proceso previo y luego el aderezo diario. Claramente esto no acabó bien... 

Y entre pitos y flautas tuve suerte y conocí más adelante (20 años), y ya fuera de esa casa, al único "ser de luz" del sexo opuesto que se ha cruzado en mi vida a parte de mi padre. Pero no fuimos compatibles así que a día de hoy sólo somos buenos y grandes amigos. 

Pasó el tiempo y pensaba que el amor (por llamarlo de alguna manera) ya no me inquietaría más... pobre ilusa... justo en ese momento apareció ÉL. No fue premeditado tan sólo me enamoré. Y el amor es ciego. Yo creía que el viento me susurraba que todo iría bien. Dediqué a mi vida con él cada entrada en este espacio desde 2010 salvo una. Son el triste recorrido de una ilusa que cae y se levanta para recibir un golpe tras otro sin  dejar de levantarse. 

En él me dejé la poca ilusión que me quedaba, las ganas que almacenaba, la energía del motor de emergencia, los sueños al sumidero... 
Tuvimos una ardua relación de 9 años hasta que tal día como el 8 de marzo de hace dos años, un vecino anónimo de mi ciudad llamó a la policía en pleno carnaval para denunciarle por maltratarme en mi coche y en plena calle. A día de hoy todos saben sólo la parte en que me fue infiel repetidas veces y fuimos tóxicos. Nunca dije nada, nadie supo nada, no quiero hablarlo. Siento vergüenza. Y me siento culpable por haber permitido todo hasta ese punto. Por saber hacia dónde iba todo, por ver las señales claras y permitirlo. Por perdonarle todo una y otra vez por sentirme enamorada, por darle poca importancia a las señales claras que me mandaba, por defraudar a mi familia, y a la suya, por haberme equivocado otra vez, por haberme perdido el respeto a mi misma, porque no me reconozco, no soy quien veo en el espejo ni soy quien sé que puedo ser. Me siento decepcionada conmigo misma y sin fuerzas para creer en ese amor. Quizá exista. Pero a mi ya no me apetece conocerlo, no ese. 

El próximo día 20 cumpliré 36 años. En este blog hay constancia del terrible error final, pero nunca fui tan clara. Me he centrado sólo en las historias principales, me he saltado millones de detalles, he dejado a un lado el terreno laboral y las ocasiones puntuales donde fui acosada, perseguida, intimidada o violentada. 

En todo este torbellino de mi vida hay una constante que me da el soplo de energía que me falta cuando creo que estoy de nuevo en el fondo sin quererme levantar y esa es, sin duda alguna, mi familia. A la que no puedo querer más. Por ellos soy quien soy y se merecen que me apetezca volverme a levantar, volver a caminar, seguir hablando, escribiendo, cantando, sonriendo, luchando, hablando de sexo, coqueteando bromeando, creyendo, estudiando, leyendo, sintiéndome libre, mirando a la cara con orgullo, haciendo cosas cada día para recuperar la fé en mí misma y hacer brillar a la niña que ellos educaron con amor y todo el cariño, con la idea de que el amor sí existe y tiene mil formas. A veces se esconde en la comisura de los labios en la sonrisa de un bebé, a veces te recibe moviendo la cola, a veces sientes amor cuando te "comen una orejita", otras cuando un pollito "aletea contigo", cuando te ayudan a limpiar el coche, te regalan un dulce, te pagan un cortado, el amor está ahí. 

Y por encima de todo este lodo de mierda que encontré y veo a diario en mi vida, voy a cultivar champiñones. Porque rendirse no está hecho para mí. 


sábado, 10 de agosto de 2013

Mis sueños, al sumidero

Todos esperamos algo. Y esperamos aunque la palabra "esperar" sea fea. Todos nos sentamos, miramos el tiempo pasar y esperamos, porque eso es lo único que podemos hacer cuando nada depende de nosotros. Y nos invade el miedo. Miedo a que lo que esperamos, no llegue nunca. Y deseamos con todas nuestras fuerzas que eso no ocurra. Le echamos fe, le echamos cojones. Nos sentamos y esperamos. 
No queda otra. 
Y como tenemos tiempo por delante, comenzamos a reflexionar y dar vueltas en la cabeza a esas mil y una cosas que han de realizarse para que nuestra espera sea menos dolorosa. Queremos ver esas señales que nos hacen creer que esperando hacemos bien.
Yo no las veo.
Miro hacia el techo, oteo las paredes ante mi y finalmente el suelo. No las veo. Escucho soplar el viento que expiras y suena hermoso, pero lo que oigo no puedo verlo. Y entonces vuelvo a sentir miedo. ¿quién no tiene algún tipo de miedo? Mi miedo reside en mí y nace en ti. Mi miedo se basa en los hechos y palabras, en la incongruencia entre unos y otras. Mi miedo es un miedo extranjero que reside en mi interior pero en realidad es de las afueras, de un país ajeno. 
Sigo sin verlo.
Y conozco soluciones. Conozco las medidas. Conozco las acciones. Pero es que  me toca esperar ver que el viento y el movimiento de las ramas que me rodean bailen a un tiempo. Me quedo esperando, se que no debo pero aquí me quedo. Y para luchar contra el miedo recurro a la fe. Porque en definitiva en eso se basa, en confianza. Verdadera confianza. 
Fe. 
Vuelvo a mirar al suelo. Y aunque mi fe me ayuda no puedo evitar escuchar cómo mis sueños bajan goteando lento por el sumidero. No depende de mi hacerlo. Sólo me queda esperar para verlo y así poder bailar al son de las ramas mecidas por el viento.
¿Y tú me preguntas qué me pasa?
Se escurren mis sueños por el sumidero.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Sin rendición ni redención

Mientras das vueltas a todo, yo me enfrento al paredón. Bajo la lente de tu vida oscila la mía temerosa y frágil, siempre llevada a examen, siempre bajo supervisión. Y muy a lo lejos de este horizonte que hemos trazado se desinfla el colchón donde dormía, se marchita la rosa que guardaba, se derrumban los pilares de mi casa. Recuerdo aquellos tiempos en que mis arrugas sólo se debían a la risa, recuerdo tu sonrisa...


jueves, 29 de noviembre de 2012

Ya llega...

Llegan las temidas fechas. ¡¡EL INVIERNO SE NOS ECHA ENCIMA!!. Nunca esta frase había cobrado tanto sentido en este país.

martes, 27 de noviembre de 2012

La razón



La razón es diferente cuando un país está en crisis. Es diferente cuando la sociedad desespera y trata de alcanzar sus objetivos y metas de nuevas y diferentes maneras. La razón se transforma y se disfraza. Piensa que allá donde estás buscando la razón y, ante el desconcierto que te provoca lo que has hallado, lo que escuchas y cómo otros perciben la realidad de esta sociedad en que vivimos, también existe la razón y la lógica. Aún siendo distinto a lo que esperabas, aún siendo diferente a lo que opinas. 

Estás hallando en el camino cómo perciben las cosas aquellos que no tienen nada, aquellos que sí lo tienen pero su balanza de valores se inclina hacia otros derroteros y aquellos que han descubierto cuál es su verdadera meta y dónde se halla la felicidad. 
A veces, hacer lo irracional nos acerca a la verdadera razón de ser. A veces saltarse los pasos lógicos nos hace más grandes y fuertes. La verdad es que todos sufren y tienen pérdidas. Casi todos están sin trabajo y en precario y este año millones se aprietan el cinturón. Pero al sentarse a la mesa, en Navidad, todos levantarán la cabeza para echar un vistazo a quienes les rodean. 

En la sonrisa de generaciones anteriores y de nuevas generaciones está su motivo, existe razón. Cenen lo que cenen, compartan lo que compartan, hayan o no desavenencias, cada uno de los miembros de la familia que tenemos y la familia que vendrá es la verdadera razón de existir. Es lo que nos da sentido. Es para lo que estamos aquí. 

Esta noche de luna radiante y de nítido cielo, de frío y Teide nevado, te dedico mis palabras y mis pensamientos, allá donde estás dale vueltas a eso. Porque es contigo con quien quiero alcanzar la felicidad, y porque es contigo con quien entraré en razón. Cenemos lo que cenemos, sea mucho o sea poco, seamos cuantos seamos...

jueves, 27 de septiembre de 2012

Somos imperfectos...

...Y no lo hacemos todo bien. Cometemos mil errores en el transcurso de nuestras vidas, y de ellos debemos aprender. Además, cada paso que damos tiene repercusión en el resto de la sociedad. Así que más nos vale reconocer cuándo hemos errado y bajar las orejas que tirar de la vanidad y alzarnos en un pedestal que no lleva nuestro nombre. De igual forma, nos debemos enorgullecer por cada acto bien realizado, porque, en un mundo de hormigas, las pocas acciones beneficiosas que llevemos a cabo, por ínfimas que parezcan, son indispensables para el resto de vidas que nos rodean . Cualquier grano de arena que encontremos beneficiará al resto de la colonia. 
Somos imperfectos, pero ciertas cosas las hacemos bien. Lo que conlleva asociado a nuestro día a día un listado con derechos y deberes. Sería mejor reflexionar sobre esto y tener cuidado de no olvidar que cumplir unos u otros requiere la misma atención y dedicación. Muchísimas personas acaban recordando sólo sus derechos, no conciben mi derecho a verles bajar las orejas cuando les corresponde hacerlo. El juez karma impartirá justicia. 


Cada paso que doy me acerca a mi meta, cada esfuerzo que hago es importante y no sólo yo me beneficio, cada pequeña acción significa mucho para mí y en ella pongo alma y corazón, por ello su valor es incalculable. Mi esfuerzo no vale menos que el del resto, lo que hago día a día es para el beneficio común. Esta semana estoy en huelga, a ver si esto acaba por comprenderse tal cuál lo estoy exponiendo.

Neko